Por: María Victoria Llorente, Directora de la Fundación Ideas para las Paz, en el especial de la revista Semana “18 ideas para que Colombia salga adelante“
Se volvió lugar común en Colombia pensar que la paz es inalcanzable y que justo cuando estamos en medio de un nuevo intento por lograrla, surge otro ciclo de violencia. La experiencia de las últimas décadas con múltiples procesos de paz parciales, así lo sugieren. Ahora que estamos de nuevo ante tristes imágenes de recrudecimiento de la violencia en varias zonas del país, y que nos preguntamos sobre si estamos retrocediendo, quisiera proponer una manera distinta de pensar la paz. Quisiera plantear que pasemos de la idea de la paz grande, o de aquella que se limita al sometimiento y desmovilización de grupos armados, a imaginarnos cuál es la paz posible.
La opción de una paz limitada a la desactivación de grupos armados y sus máquinas de guerra ha llevado a reducciones significativas de los índices de violencia letal. Así sucedió hace 15 años durante la desmovilización de los paramilitares y así fue durante el reciente proceso de paz con las FARC. Por supuesto que desarmar a cientos de miles de combatientes es una condición fundamental para disminuir la violencia, pero ha mostrado ser insuficiente para transformar los contextos en los que estos grupos surgen, se reciclan y se reproducen.
La paz grande o completa, por su parte, además de la desmovilización y la dejación de armas, aspira a cambiar las condiciones y factores de reproducción de la violencia. Esta noción, que fue una expectativa que se generó alrededor del proceso con las FARC y el acuerdo resultante, es sin duda una estrella que debe guiarnos. Pero esta aspiración sobrestima las capacidades del Estado, particularmente, para garantizar la protección de los ciudadanos y la inclusión política, social y económica de amplios sectores de la población. Más allá de la fuerte división política frente al Acuerdo de Paz con las FARC, su implementación ha chocado con la ineficacia del Estado para llegar con todas sus capacidades a las zonas más rezagadas y afectadas por la violencia e impulsar las transformaciones que requieren.
La paz posible que propongo plantea que ese futuro deseable –esa paz completa– sea pasado por el prisma de lo que es viable y creíble para la población. El propósito en este caso es que el Estado vaya ganando en eficacia, trabajando en una secuencia de tareas posibles con los recursos disponibles y que, vaya también ganando en credibilidad en la medida que logra cumplir metas específicas. El punto es abordar problemas concretos con soluciones que signifiquen cambios reales en la vida cotidiana de las personas. Esto no implica limitarse a los llamados “mangos bajitos” y abandonar las grandes agendas de transformación; no, es la aceptación de que en ellas se avanza paso a paso y de manera persistente.
Esta idea de la paz posible se concreta a nivel territorial, en las zonas donde la violencia se repite y donde la pobreza extrema, la dependencia de economías criminales y la fragilidad estatal son la norma. Para esto, es necesario tener una comprensión honesta y profunda de cómo funciona el poder local y su relación con el poder central, en todas sus dimensiones (formal, informal y criminal). Esta es la base para identificar cuál es el cambio posible y qué debemos hacer – colectivamente– para generar las transformaciones deseables.
La paz posible requiere avanzar decididamente en la protección de todos los ciudadanos, pero especialmente de lo más vulnerables, con una estrategia de seguridad que parta de la lectura del contexto y la generación de confianza con las poblaciones. Al mismo tiempo, la paz posible, requiere avanzar en el desarrollo con enfoque territorial, con intervenciones flexibles y coherentes con las realidades locales, la inclusión activa de las comunidades y la generación de capacidades locales, bajo el reconocimiento de que los cambios sostenibles emergen de abajo hacia arriba.
No cabe duda que la crisis ocasionada por el covid-19, que el deterioro de la seguridad en varias regiones del país y la creciente polarización a nivel nacional, representan un desafío mayúsculo para la paz posible. Lo primero porque se reducen los recursos y se agudiza la debilidad estatal. Lo segundo, porque sin la protección efectiva de la población y sus líderes, todo lo demás pierde sentido. Y, lo tercero, porque la polarización erosiona la capacidad de la sociedad para discutir y encontrar soluciones.
Por eso hago una invitación a que tengamos una conversación concreta, realista, sin espejo retrovisor pero con mirada de futuro, sobre la paz posible. Una conversación más enfocada en soluciones y capacidades que en los problemas y en quién tiene la culpa o quién es el salvador. Una conversación incluyente, que dialogue con las regiones y que nos permita encontrar formas de cooperar en medio de nuestras diferencias.